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EDITORIALES PRINCIPALES PERIODICOS DOMINICANOS.




Hacia el 2030

China diseña sus estrategias de desarrollo nacional para 50 años. Otros países hacen lo mismo, pero no a tan largo plazo.

Una vez hecho el ejercicio de columbrar el futuro, los especialistas chinos elaboran los planes quinquenales que deberán cumplirse al pie de la letra para alcanzar los objetivos ulteriores. Y se cumplen a rajatablas.

Con un horizonte razonablemente menor, a veinte años, el Gobierno dominicano busca ahora comprometer a los partidos políticos y otros sectores de la sociedad en un plan estratégico hacia el 2030 que defina las prioridades nacionales y los modos de encauzar al país hacia sus grandes metas.

Aquí no tenemos cultura de consenso ni de respeto a las estrategias de tan largo plazo, salvo la que permitió delinear las bases de un plan decenal de educación hace ya varios años.

Lamentablemente, la actividad política está más permeada por el inmediatismo y el populismo y nada importante ni serio puede prosperar en un contexto así.

Ante ese defecto, sería una irresponsabilidad de la sociedad cruzarse de manos y caer en una imperdonable anomia, dejando al país que marche por un rumbo que nadie conoce o puede vislumbrar.

Es imperativo que las fuerzas decisivas asuman el compromiso de participar en el diseño de la estrategia 2030 y que se comprometan, contra viento y marea, a darle cumplimiento estricto hasta materializarlas.






Editorial


El huésped indeseado

En nuestro escenario, el juego político para alimentar la democracia se basa en actos dictatoriales. Así como suena. En los partidos, la imposición de candidaturas coloca en el paredón la democracia interna y el derecho de los militantes a medir fuerzas por una nominación. Es válido, que no plausible, sacrificar aspiraciones internas con tal de conquistar a quien, por causas de estas imposiciones, decidió abandonar la parcela propia para ir a la ajena.

Como esta práctica es común denominador entre los partidos, es lógico que rechacen la aprobación de cualquier norma o cláusulas que apuntale la democracia interna. Por eso, la Ley de Partidos será siempre un huésped indeseado. Habrá entre los partidos consenso para alimentar el texto y un discurso aprobatorio que jamás se traducirá en sanción congresional positiva. Parece difícil que nuestra democracia pueda librarse de esos arranques dictatoriales de los partidos que la sustentan.

El país necesita que los liderazgos emergentes luchen contra esta conducta y trabajen para establecer mecanismos internos que permitan el desarrollo de una sana competencia por los cargos, fundamentada en capacidades y principios, que armonice con las normas democráticas. El clientelismo ha sido un oneroso factor de costo para la democracia.

Hospitales y política de salud

Hace poco salió a relucir que había atrasos de tres y seis meses en la entrega de la asignación presupuestaria a los hospitales. Y más recientemente, el Colegio Médico Dominicano (CMD) afirmó que los males en los hospitales se deben a baja inversión en salud. Estos dos factores son realmente calamitosos, pues aparte de que no se invierte la cantidad adecuada en salud, a los centros asistenciales se les coloca en dificultades financieras por los atrasos en la entrega de recursos.

Más que tratar de restarle méritos a estas denuncias, las autoridades deben esforzarse para revisar la política sanitaria y las necesidades de los hospitales. Un sistema de salud que falle en la logística de la atención no puede brindar buen servicio y será siempre blanco de críticas justificadas. Por más enfrentados que estén el Gobierno y el CMD, es necesario tomar en cuenta las denuncias de quienes manejan el día a día de la atención en salud




Editorial


El taxista

No sería de buen agrado que las autoridades pretendan escenificar alguna novela o drama con la detención del taxista que se dice entregó a El Nacional el sobre cerrado con las cinco fotos que se cree corresponden a Sobeida Féliz Morel.

Joaquín Santamaría fue apresado el viernes en la intercepción de las avenidas Máximo Gómez y San Martín, pero la Policía y la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) dijeron ignorar ayer el paradero del taxista, a pesar de que su vivienda en Villa Altagracia fue allanada la noche antes.

No se niega lo pertinente que sería interrogar a ese taxista en torno a la persona que le encomendó entregar a El Nacional, el sobre cerrado con las fotos de una supuesta Sobeida amordazada, atada de manos y a quien alguien le apunta a la cabeza con una pistola.

Lo que no se entiende es la razón por la que Policía, DNCD y Fiscalía pretendan convertir la detención y paradero de ese ciudadano en secreto de Estado.

Sin importar que Santamaría resulte el eslabón perdido, hay que señalar que la encomienda que cumplió no constituye delito alguno, pues es común que los taxistas sirvan de correo para el envío de documentos o paquetes de un lugar a otro, como fue el caso del sobre entregado en la redacción de este periódico.

Es posible que ese taxista pueda ofrecer algún dato revelador en torno a la persona que, previo pago de la tarifa correspondiente, le formuló tal encomienda.

Lo que constituye una crasa injusticia y violación a sus derechos es la aparatosidad protagonizada por las autoridades al allanar su casa y ocultar el lugar donde ha sido recluido.

Ese taxista tiene reputación de persona decente y trabajadora en su comunidad y ante compañeros de labores, por lo que no merece ser convertido en centro de espectacularidad en torno a un caso de fuga o rapto al que nadie encuentra hoy pies ni cabeza.

Fiscalía, Policía ni DNCD deberían montarse en el taxi de Santamaría.


Un rol de honestidad

La democracia se fundamenta en el sentido de justeza y de equidad con que sus instituciones resuelven los conflictos y hacen respetar las reglas y normas establecidas para operar la sociedad. Ellas son las que hacen respetar esas reglas que garantizan derechos e imponen el sentido del límite en que debemos enmarcar nuestras actuaciones.

En una sociedad civilizada tiene que ser así para todos los sectores, incluso para quienes ejercen el poder político, económico, y los denominados poderes fácticos. Estos últimos que por lo regular inciden enormemente en la opinión pública y en el ámbito de los dos primeros.

Los partidos políticos son los que ejercen el poder político, ya bien desde el poder central del gobierno o desde las demás instancias públicas. Ese poder influye también como es lógico en el desenvolvimiento de la vida civil de los ciudadanos y por tanto sus decisiones repercuten en todas las direcciones.

Los partidos políticos, sin embargo, operan por lo regular muy alejados de las normas democráticas con que debe operar una sociedad libre en que sus ciudadanos tienen garantizados derechos y obligaciones. Pese a que las organizaciones políticas son instituciones públicas, puesto que están orientadas a lograr el control de las instancias públicas y dirigirlas, sus altos dirigentes actúan como si se trataran de entidades privadas.

Los estatutos de los partidos políticos parecen vulnerar los derechos que sus miembros tienen garantizados en la ley, tanto sustantiva como adjetiva. Muchos de los conflictos generados en las organizaciones políticas están llegando a la Junta Central Electoral (JCE) como instancia de solución. Y sus decisiones han de ser justas como sinónimo de democracia y equidad.


Editorial

Para el desarrollo de un cine dominicano de calidad


Son esfuerzos loables, pero no suficientes, si el objetivo central es, como suponemos, sentar bases para el desarrollo de un cine nacional. El dominicano que vive en su tierra, tanto como el que se ha desplazado al extranjero disfruta y vive su cultura, se siente parte de ella. Los vínculos del dominicano con sus raíces son firmes.

Esto se manifiesta cada día con la valoración y el disfrute de su música, sus comidas, su deporte; recientemente, lo hemos visto en la acogida que han brindado a escritores nacionales destacados nacional e internacionalmente y a las películas que se han producido en los últimos años.

Esta semana se está desarrollando el Festival de Cine Global 2009, patrocinado por FUNGLODE; hace sólo unas semanas, se desarrolló la Muestra Internacional de Cine de Santo Domingo, dos intentos plausibles, aún de alcance modesto, por situar a nuestro país en el mapa del cine mundial.

Son esfuerzos loables, pero no suficientes, si el objetivo central es, como suponemos, sentar bases para el desarrollo de un cine nacional.

En su siglo de vida, el cine pasó de ser una simple curiosidad, un truco maravilloso, a una industria que satisface todos los contenidos que impone el concepto. Ese ha sido su recorrido y como tal hay que aceptarlo. Esto es válido tanto para el cine “comercial”, como el cine de arte, el cine de autor. No se pueden obviar los eslabones de la cadena: financiamiento, producción, distribución.

Sin embargo, contar con un cine nacional exige tomar en cuenta no solamente los aspectos económicos, sino otros elementos imprescindibles: el personal técnico, el talento creador. No es posible hacer un cine serio y atractivo si se carece de directores, guionistas, fotógrafos, diseñadores, actores, entre otros integrantes del equipo que genera las películas.

En algunos países, el Estado ha asumido con mayor o menor grado el desarrollo de una industria cinematográfica, invirtiendo en la preparación de los recursos humanos. A este empeño se han sumado intereses privados.

República Dominicana cuenta con algunas ventajas económicas para respaldar un esfuerzo en esta dirección. Las ventajas de costos más bajos, entre otras cosas, permitiría a algunas productoras extranjeras, como ya ha ocurrido, realizar aquí algunas de sus obras.

Si se explota este filón con una política para convertir el país en una plaza para el rodaje internacional, contando con el sustento de una ley de cine, los recursos por este concepto, pudieran emplearse en el desarrollo de un proyecto nacional para el desarrollo del personal especializado: hay que garantizar la formación de los trabajadores de este sector.

Para nosotros, la solución debe surgir de la convergencia, de la unión de las entidades públicas y privadas que han demostrado interés por acercarse a la producción de películas, con un éxito relativo, pero muy lejos todavía de la calidad que podría alcanzarse.

Ya conocemos la acogida que tienen las producciones dominicanas en el país y entre las comunidades dominicanas en el exterior. El cine dominicano siempre tendrá su público.

Aprovechemos el impulso que va cobrando el cine; agrupemos estos esfuerzos todavía demasiado dispersos para alcanzar un cine de calidad, que impacte en el mercado nacional e internacional.

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